Ayer por la calle
pasaba un borrico,
el más adornado
que en mi vida he visto.
Albarda y cabestro
eran nuevecitos
con flecos de seda
rojos y amarillos.
Borlas y penacho
llevaba el pollino,
lazos, cascabeles
y otros atavíos,
y hechos a tijera,
con arte prolijo,
en pescuezo y anca
dibujos muy lindos.
Parece que el dueño,
que es, según me han dicho,
un chalán gitano,
vendió aquella alhaja
a un hombre sencillo;
y añaden que al pobre
le costó un sentido.
Volviendo a su casa
mostró a los vecinos
la famosa compra,
y uno de ellos dijo:
-Veamos, compadre,
si este animalito
tiene tan buen cuerpo
como buen vestido.
Empezó a quitarle
todos los aliños,
y bajo la albarda,
al primer registro,
le hallaron el lomo
asaz malherido,
y seis lobanillos,
amén de dos grietas
y un tumor antiguo
que bajo la cincha
estaba escondido.
-¡Burro –dijo el hombre-,
más que el burro mismo
soy yo, que me pago
de adornos postizos!
A fe que este lance
no echaré en olvido;
pues viene de molde
a un amigo mío,
el cual a buen precio
ha comprado un libro
bien encuadernado
que no vale un pito.
(Tomás de Iriarte)